sábado, diciembre 30, 2006


Mi querido Caruso y la sueca

Tienen más de 35. Hace tiempo que dejaron o les dejaron, y en su experiencia vital, muchas historias - ciertas o inventadas- para contar en los bares. Miran con nostalgia los años del boom turístico en que zonas como La Manga era una segunda Sodoma y Gomorra de rubias suecas, alemanas, francesas e italianas. En una ocasión, allá por el 84, mi compadre Caruso logró impresionar a una escultural sueca a lomos de una yegua que le había prestado uno de los hijos reconocidos de Tomas Maestre, dueño y señor de La Manga. Caruso y la sueca cabalgaban a lomos una bella yegua española cuando henchido de confianza mi compadre buscó uno de los muslos de la sueca para así dominar a las dos hembras. Sin embargo no encontró tal privilegio, pues la sueca de infarto yacía inerme en el camino, con la cabeza abierta y metida en un charco púrpura. Los ojos de los tertulianos a penas parpadean pues la historia aún no ha concluido. Caruso cuenta como llevó, a lomos de la yegua, a la pobre sueca sin nombre al cirujano de urgencias, que le cortó el pelo y le dio 14 puntos de sutura. La sueca a pesar del susto y el obligado corte de pelo se dejó cabalgar por Caruso en la misma consulta, aprovechando un descuido del doctor. Los ojos de los tertulianos se abren, brindan por la sueca y alguno paga la siguiente ronda. Todos ya conformes con el desenlace feliz de la historia. Vuelta a empezar...Estos seres ya no extrañan el compromiso. Viven solos y rehuyen las cosas en las que dejaron de creer hace años. Sólo una cerveza, un wisky y unas cartas encima de la mesa bastan para hacer, de estos tipos, la familia ideal que habita La Manga en invierno.

Un abrazo a todos ellos

martes, diciembre 26, 2006

Cuestión de creatividad

A menudo despierto en mitad de la madrugada con una idea en la cabeza. Una historia me sorprende en mitad de la noche y me pide ser escrita, sin embargo casi ninguna llega a tomar vida en el papel. No por falta de ganas, que hay de sobra, creo que el problema es la falta de imaginación. Cuando centro la historia, elijo los personajes y empiezo a hacer un esbozo de la trama descubro que la historia ya existe. Alguien se ha adelantado a mis palabras para escribir la historia que yo tenía en la mente. Seguramente por haberla leído, o por haberla visto en el cine o en televisión, me pongo a escribir y siento que estoy parafraseando algo ya existente aunque, a veces, no sepa exactamente a quien pertenece. Seguramente sea un problema de creatividad. El exceso de ruido, el aletargamiento que provoca la televisión o la vida de la ciudad están acabando con la poca creatividad que tenía cuando estaba en el instituto. Me vuelvo unos días a la playa a ver si el mar despierta mi imaginación.