Mi querido Caruso y la sueca
Tienen más de 35. Hace tiempo que dejaron o les dejaron, y en su experiencia vital, muchas historias - ciertas o inventadas- para contar en los bares. Miran con nostalgia los años del boom turístico en que zonas como La Manga era una segunda Sodoma y Gomorra de rubias suecas, alemanas, francesas e italianas. En una ocasión, allá por el 84, mi compadre Caruso logró impresionar a una escultural sueca a lomos de una yegua que le había prestado uno de los hijos reconocidos de Tomas Maestre, dueño y señor de La Manga. Caruso y la sueca cabalgaban a lomos una bella yegua española cuando henchido de confianza mi compadre buscó uno de los muslos de la sueca para así dominar a las dos hembras. Sin embargo no encontró tal privilegio, pues la sueca de infarto yacía inerme en el camino, con la cabeza abierta y metida en un charco púrpura. Los ojos de los tertulianos a penas parpadean pues la historia aún no ha concluido. Caruso cuenta como llevó, a lomos de la yegua, a la pobre sueca sin nombre al cirujano de urgencias, que le cortó el pelo y le dio 14 puntos de sutura. La sueca a pesar del susto y el obligado corte de pelo se dejó cabalgar por Caruso en la misma consulta, aprovechando un descuido del doctor. Los ojos de los tertulianos se abren, brindan por la sueca y alguno paga la siguiente ronda. Todos ya conformes con el desenlace feliz de la historia. Vuelta a empezar...Estos seres ya no extrañan el compromiso. Viven solos y rehuyen las cosas en las que dejaron de creer hace años. Sólo una cerveza, un wisky y unas cartas encima de la mesa bastan para hacer, de estos tipos, la familia ideal que habita La Manga en invierno.
Un abrazo a todos ellos
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