sábado, julio 23, 2011

Bueno, bonito, barato

Paseamos Tamara y yo por el interior del Museo Copto, en el barrio antiguo de El Cairo. Podemos escuchar nuestros pasos por los pasillos. Un ratón cruza una de las galerías, que a pesar de todo parecen impecables, ordenadas, pulcras, todo lo contrario al Museo Egipcio, concebido como un inmenso almacén. No hay ni un sólo turista. Atravesamos galerías vacías, con telas, restos de templos sagrados, biblias escritas en copto y en árabe y otros restos del esplendor cristiano de Egipto. Cada diez minutos nos cruzamos con algún agente de paisano que -móvil en mano- se pasea sin rumbo fijo aparente. No podemos hacer fotos. En la entrada, nos han obligado a dejar la cámara. Cansados y algo aburridos salimos al jardín que rodea el edificio en busca de la biblioteca copta. Está cerrada. El único consuelo posible es el de encontrar una sombra y un banco en el que repasar la Lonely Planet en busca del siguiente destino. Nos sugiere que crucemos al otro extremo a través de un túnel a la salida del metro. Tres chicas coptas juegan con los teléfonos móviles a nuestro lado. Se ríen y cuchichean hasta que entablamos conversación. Nos saben donde meter un calendario de la Virgen Maria tamaño extra grande y no están dispuestas a ir por la calle con él. Lo dejaremos en el banco a ver si alguien lo quiere. Nos preguntan si somos turistas y si no tenemos miedo de venir a Egipto. Intercambiamos impresiones y se van. A las puertas del museo una legión de tenderos abre los ojos sorprendidos. "Espania, Espania, barato, barato..." Sentados a pleno sol muchos esperan el golpe de suerte. Que los únicos turistas que han visto en horas se acerquen a su negocio a dejarse un par de valiosos euros. En algunos de los carteles de reclamo reza en español "Más barato que mercadona..." o "Cerveza con Alcohol...", en otros "Bueno, bonito y barato", igual de bueno y de bonito que siempre y más barato. El problema es que no hay turistas a los que vender.

lunes, julio 18, 2011

30 minutos para repasar 30 días


Aprovecho la soledad del gimnasio para relajarme. Caminar, correr, o siquiera pensar es harto difícil en una ciudad en la que a penas hay aceras, y la mayoría de las que hay son inservibles. Una ciudad que vive en un gigantesco atasco permanente en el que los coches se asemejan al lento transcurrir de las aguas del Nilo. Este rato es para mí. En el televisor se puede ver la MTV, pero la música que suena en el gimnasio es la del encargado. Suena uno de los temas que más he escuchado desde que estoy en Egipto, el 'Aisha' de Khaled Hadj Ibrahim, un argelino de voz rota que me recuerda al italiano Zucchero. Algunas de sus canciones hablan del desaliento que provoca la ausencia de un ser querido.

“Comme si je n'existais pas,

Elle est passé à côté de moi,

Sans un regard, reine de sabbat,

J'ai dit, aisha, prends, tout est pour toi

Aisha, aisha, ecoute-moi

Ah, ah

Aisha, aisha, listen to me

Aisha, aisha, no me dejes más...”

Veinte minutos de carrera continua son suficientes. Bajo del aparato y quito el sonido a mi teléfono móvil. Es la hora de la oración de la tarde. Se hace el silencio en el recinto y el encargado comienza a rezar. La televisión exhibe muda a Lady Gaga en la MTV. Comienzo a estirar en el suelo, sobre una toalla de piscina y pienso en estos treinta días en El Cairo.