viernes, diciembre 08, 2006


Terrorrismo doméstico

La piel de una víctima transpira nada más oirle llegar

Sientes como el miedo te toca, caricias que te congelan y erizan la piel. Notas también cómo tu corazón se acelera y cómo tus pulmones parecen no responder a tus órdenes. Alzas la vista, ahí está, se yergue frente a ti como una gran torre. Te mira. Te muestra dientes y garras, y tú, indefensa te dejas llevar. Enloquecida intentas escapar, pero de un salto te alcanza. Te lleva junto a la pared de la cueva. Notas como las heladas gotas del deshielo caen resbalando hasta tu espalda, y sin embargo no te atreves a mover un solo músculo, ni siquiera a pestañear. Ves el terror en su rostro, cargado de angustias eternas, y sus dientes sedientos de sangre, de tu sangre. Cierras los ojos esperando el momento del fin, creyendo en cada uno de tus suspiros: el último. Notas como el corazón te golpea tenso en el pecho, una y otra vez, y su aliento cargado y espeso te turba como brisa del infierno.
Y, de repente... Oyes las gaitas tocando al compás de los tambores, abres los ojos y descubres el verde frescor del prado, su brisa te llega como aliento del cielo, como del mismísimo cielo. Tus pupilas tardan en asimilar tanta claridad. Te embarga una sensación de extrema salud, de bienestar, de poder abarcar todo con la mirada, hasta el horizonte. Como si el gusano de la buenaventura se deslizara por tus entrañas y estallara en tu interior en espléndidos fuegos artificiales, todo puro, infinitamente puro, todo en su sitio exacto, como si de un sueño se tratara. ¡Sueño!.
La bestia duerme tranquila, reposa su banquete. Ahora es tu oportunidad: ¡Corre, huye! Un momento, espera, la bestia debe estar soñando. Aguarda en la puerta, y cuando despierte de su sangriento sueño y haya despedazado ya las gaitas, los tambores, cuando haya arrasado los prados, secado los ríos, y descubra que todo ha sido un sueño, deja que se consuma en la llama de la desilusión y de la desgana, obsérvalo sentado bajo la cruz de la vergüenza, encerrado aquí en su oscura cueva, con nada que comer ni con nadie a quien torturar. Sueño.Tus ojos se abren y de nuevo contemplas a la oscura bestia, sólo que ahora ríe con desprecio, y se relame de su golosina inocente. Sólo te queda sentarte y esperar que todo termine. Ya no oyes gaitas ni tambores, tan solo las gotas del deshielo.


Tránsito musical
Una rara experiencia radiofónica

Pasé la noche en un dormitar suave solo comparable al de una dulce melodía. Un son de ángeles que me acariciaba los sentidos. Un sueño que, aunque frágil, me hacía estremecer. La música parecía de alguna despedida escuchada en un tiempo lejano. De súbito, un estruendo interrumpió mi viaje por aquel paraíso melódico. El viejo cascarrabias de lata me hizo saltar de la cama y, aún con los párpados pegados, logré alcanzar la mesilla en un escorzo encaminado a hacer desaparecer tal escándalo. En tal proceso tuve tiempo de destrozar el vaso que anoche dejé sobre la mesilla. El crujir de cristales y el olor a whisky me despertaron los sentidos por completo. De un salto me incorporé sin tener en cuenta las propiedades de los cristales rotos. El tajo dejó tras de sí una estela granate. Limpié la herida y coloqué un apósito para contener la hemorragia.
Abrí la ventana del motel donde había pasado la noche. Abajo los obreros picoteaban testarudos el asfalto con sus martillos neumáticos. Tuve la sensación de que el día iniciado no me iba a traer mejores momentos que el de ayer.
Caminé hasta la estación de metro para llegar lo antes posible a la oficina. De San Andrés a Place
des Vosges había siete paradas. Los rostros eran, aunque diferentes, los de siempre. Miradas
perdidas, señoras con sus carros y bolsas; niñas de uniforme y cara inocente; y algún mendigo
recién levantado que, como yo, pasó la noche bebiendo. Pensé no subir al tren y no ir a la oficina.
Recorrer el otoño de París refugiado en mi paraguas en busca de algo mejor que hacer.
La estructura metálica produjo un chirrido insoportable. Llegaba el metro.
Subí al vagón y tras pisar sobre el firme tuve la sensación de haber pasado por un charco. Mi pié
seguía sangrando.
Una joven me dejó su plaza. El tren se puso en marcha y por un momento me sentí desfallecer.
Había dejado un rastro de sangre tras de mi. Como un macabro río se extendía desde la puerta hasta mi asiento. Decidí bajar en Avisses, tres paradas antes de Vosges.
Un soplo de aire fresco me dio energías renovadas. El dolor de cabeza remitía por momentos y al caminar olvidaba el pesimismo de aquella mañana.
Mientras subía las escaleras de la estación iba olvidando también el fluido vital que mojaba ya la pernera del pantalón. Todo iba poco a poco perdiendo su carácter de imprescindible. Mi corbata quedó apoyada en el manillar de una bicicleta. Mi maletín y chaqueta duraron apenas unos segundos en soledad a la salida del metro. Un par de jóvenes dieron cuenta de ellos y echaron a correr. Las caras se iban equiparando unas a otras y un extraño reclamo parecía guiarme por la ciudad con un rumbo desconocido aunque inevitable.
Pensé que estaba perdiendo mucha sangre, pero mi instinto podía más que mi razón.
Caminé durante media hora. Rumbo fijo. Mis pasos se hacían cada vez más pausados. No me preocupaba el pié. Sólo quedaba un último esfuerzo. Ansiaba llegar a mi destino. La oficina quedaba lejos. Detestaba aquel nido de buitres, aunque era el único sitio en donde mi vida cobraba un sentido.
Crucé por Bastille y todo se volvió de una luminosidad lechosa.
Mi vista se nubló. Ese abrir y cerrar de ojos debió ser toda una vida. Al instante recuperé la visión. Ningún vehículo. No había dolor en mi pié. Los árboles dejaban caer sus hojas muertas sobre la acera. Una acera vacía. La escena me trajo a la memoria un cuadro de Edvard Munch. El dolor había desaparecido. Al mirar mi pié descubrí que junto con él dolor, también mis ropas habían desaparecido. Corrí a refugiar mi desnudez tras unos setos. Grité buscando respuesta pero todo fue inútil. Ni yo mismo podía escuchar nada. El aire de mis pulmones no provocaba alteraciones en el ambiente. Ni frío ni calor. Mis sentidos parecían estar presos de un coma consciente.
Poco a poco fue llegando a mis oídos la melodía acompasada de un Cortége. Las notas me fueron guiando hasta una ventana próxima. Miré y reconocí los muebles, las cortinas y la cama donde dormí los años en que mi mujer vivía conmigo. Iba vestida de negro. Mi cuerpo yacía inerme sobre la cama. Una cicatriz en mi cara indicaba que ésta había sido reconstruida. La melodía marcaba sus últimos compases.
Abrí los ojos obligado por el estruendo metálico del despertador. La radio seguía encendida y la sintonía anunciaba el noticiero de las 8:00. Acompañada por un son de despedida la periodista daba el avance de un suceso ocurrido esta misma mañana en las calles de París:
“Le Directeur de la société informatique TRESS, Mario Salcillo, a perdu ce matin la vie après des coups en bas, des Parents, des compagnons et les amis disent une prière pour son l'âme”.
¿Has vivido algo parecido? Cuéntamelo!

jueves, diciembre 07, 2006

El Propósito

He reflexionado estos días acerca del propósito y la perspectiva que otorga el tener una meta. Resultado de nuestra educación capitalista y competitiva, carecer de un propósito se ha convertido en uno de los peores males que atacan la estima del ser humano. El sentimiento de vacío que acompaña la consecución de metas genera un tipo de estrés, difícil de entender, pero muy común. No todo el mundo sabe disfrutar del tiempo libre. Hay personas que necesitan llenar la agenda de tareas y obligaciones para no caer en la melancolía.
El propósito cura estos problemas. Vivir conforme a un propósito es el mejor aliado frente al vacío de los objetivos cumplidos. Quien vive a través del propósito es capaz de superar los problemas con solvencia y encauzar sus sueños hacia nuevas metas. Obligados a lograr metas, éxito y reconocimiento sólo cabe vivir conforme a un propósito moldeable. La vida trae decepciones, fracasos y tragedias que la presencia perpetua del propósito nos ayuda a convertir en oportunidades.
No permitas el vacío. !Vive conforme al propósito y la buena suerte no tardará en aparecer!

martes, diciembre 05, 2006

Carta a un suicida
Estimado señor suicida:
Me llamó gratamente la atención la carta que recibí de usted hace unos días. No por su forma de redactar, aunque sus escasas faltas denotan una mínima cultura, sino por permitir que sea yo su confidente, su conciencia en los que prometen ser sus últimos días.
Aquí está pues mi pronta y sincera contestación:
- Tras leer atentamente sus problemas, tan graves sin duda como para tomar tan drástica sentencia, le llamo un momento a la reflexión, sin animo, eso sí, de que desista en su trágico empeño. Si de algo estoy seguro, es de que usted debe haber pasado largas noches en vela y muchas tardes cavilando para dar por fin con una solución tan eficaz a tan enrevesados problemas.
Lo de su mujer, después de lo que pasaron juntos, -por cierto, me caló muy hondo lo de aquel perrillo- ¡si hombre!, el que encontraron en ese romántico viaje por las costas irlandesas. Yo siempre quise ir a Irlanda, ya desde pequeño soñaba con aquellas tierras, y como no, llevar a mi mujer, igual que usted, bueno, o la que durante seis años ha sido su mujer.
Y para colmo de males, Pascual. El que siempre creíste tu gran amigote, el de las grandes juergas de aquellos años en que llevabais locas a todas, pero sobre todo él, que siempre parecía tan seguro de sí mismo. Según lo que me contaste debió ser un gran tipo, antes de lo de...,ya sabes, con tu mujer. Pero tranquilo, después de lo tuyo, seguro que se siente lo suficientemente culpable como para apartarse de tu cama un par de semanas mientras que, claro está, tu mujer guarda el estricto luto protocolario y cobra el seguro de viudedad anticipada.

¿Y los del trabajo?, a ver si después tienen agallas para tirarte al cuello con lo de GLU-GLU... y todo eso que tu y yo sabemos, aunque claro está, si papa te hubiera dejado estudiar lo de aquella ingeniería pues nunca se sabe, a lo mejor otro gallo te cantaría, incluso puede que fueras ahora un gran hombre de negocios en lugar de, sin animo de ofender, un personaje que se dispone a retirarse prematuramente de la función por que nadie le a dado un papel decente.
A mi parecer, y tras leer tu carta, te doy realmente mi apoyo más sincero. Pero creo que hay algunas cosas que no has tenido en cuenta. Vale, de acuerdo, te marchas por la puerta grande y les das a todos una buena lección, ya sea con soga con heroína o como se te ocurra, eso es lo de menos, a lo que me refiero es ¿qué pasará luego?
Vale, de acuerdo, ya lo sé, tus preocupaciones, tus responsabilidades tus vicios, pero piensa que tres o cuatro metros de tierra deben también pesar lo suyo.
Pero claro, los problemas son una cosa, lo tuyo tío, es de libro, no de película mas bien, jamás conocí a nadie con tantísimas razones para quitarse la vida.
Quién sabe, quizá así la gente te empiece a apreciar un poco, seguro que eso te gustaría, claro que para entonces estarás muerto. También puede que te mitifiquen y seas recordado para el resto de los días, no de los tuyos claro, sino los de los demás, los de cada uno, pero a su vez cada uno te verá a su manera, puede incluso que su opinión hacia ti venga dada por la época del año o por el día de la semana. El lunes te verán como un lunático, el martes como un mártir, el miércoles como un mierda, el jueves como un juerguista, el viernes como un hombre de bien, el sábado como un sabelotodo, y el domingo como un pobre don nadie, víctima del sistema, de las circunstancias, o de su perturbada mente. Quizás pienses que tienen razón, estoy de acuerdo contigo, sólo que cada uno te verá como se le antoje y cuando se le antoje, tu buen amigo como un pobre cornudo, tu mujer como un pobre desgraciado que le llena el plato cada día desde la tumba, pero, lo que ya si que nadie podrá ver, será el conjunto de todo eso, la esencia, la mezcla de todas esas circunstancias, como mucho tierra y gusanos, que además deben de ser un fastidio, al menos para descansar (en paz). Tu ya me entiendes, y sin embargo mi querido amigo, qué podría ser peor, me refiero ¿y la diferencia entre vivir o morir?, quizá estés ya muerto, o incluso lo estuvieras antes de saber lo de tu mujer. Lo de menos es si te pegas un tiro, es más, pégatelo por algo que merezca la pena y te daré mi sincera enhorabuena, pégatelo si ya estas muerto, si solamente estás vivo, o si simplemente no te paraste un momento en la vida a buscar la forma de sobrevivir, de sobrepasarte a ti mismo, o mucho más simple, si nunca te paraste a escuchar lo que tenías alrededor, entonces buen amigo quiero oír el -Boom- de un revolver, o el -crac- de tu cuello, aunque eso suponga el fin de tu existencia y de la mía.
Tu yo más próximo