Esta mañana me despertaron los crujidos intermitentes de las nubes que, desde hace días, sobrevuelan La Manga. Una cortina de agua se precipitaba desde el cielo hasta la arena generando en ella cráteres similares a los de una pequeña luna. Decidido a ver de cerca tal espectáculo bajé hasta la orilla pertrechado con un chubasquero un paraguas y el bañador que me ha acompañado durante tantas horas de vigilancia piscinera. Debían ser las siete de la mañana pues, aún con las nubes y la tormenta, comenzaba a clarear.
Sobre la arena encontré diversos operarios que manejaban un improvisado toldo sobre la arena. Unos sostenían focos alógenos, otros aparatos de medición lumínica y el mejor vestido sostenía una cámara fotográfica. Frente a ellos correteaba, pechos al viento, una escultural chica de tez venezolana. Grácil y elástica se paseaba por la arena dejando que la lluvia paseara por los vericuetos de su rotundo cuerpo. El caso es que permanecí atento durante la sesión de fotos como buen aficionado a la fotografía, que nadie piense mal. Conmigo a penas un par de vecinos contemplaban el espectáculo. Es lo que tiene septiembre. Un mes atrás habría hecho falta la policía para contener a las masas en tal circunstancia.