jueves, diciembre 21, 2006

Feliz Navidad Bon Nadal

Soy propenso a perder cosas. A veces pierdo mi coche. Lo aparco con cuidado, me fijo bien donde está y me marcho a hacer mis cosas. Cuando vuelvo no aparece. Doy vueltas con la llave en la mano y pulso constantemente el cierre centralizado con la esperanza de que sea el mismo coche el que me avise de dónde carajo está. Sería útil un bocinazo de aviso para despistados incorporado de serie junto con las demás prestaciones. Pero no sólo pierdo el coche. A veces me pierdo yo mismo. En una ocasión, por estas fechas, regresaba de Alicante hacia Murcia y la carretera se hizo cada vez más extraña. Tras varios kilómetros a la deriva mi acompañante me preguntó amablemente si me había perdido. Le dije que no y seguí conduciendo esperando ver alguna señal de mi destino deseado.

- Di la verdad, te has perdido.
- Que no. De verdad que no (mentía).
Al poco tiempo me di por vencido y pensé que sería inútil ocultar por más tiempo mi incompetencia orientándome. Ya estaba dispuesto a confesarme cuando vi en una de las salidas cercanas a la carretera un gran cartel luminoso colgado sobre una plazoleta. Puse el intermitente y tomé esa dirección.
- ¿Donde vamos? Preguntó mi acompañante.
- Te he traído hasta aquí para enseñarte este pueblo, el bello pueblo de Bon Nadal,... (así rezaba en el luminoso). En fin, cualquier cosa antes que reconocer que soy un desastre.
Que tengáis Feliz Navidad y Bon Nadal para valencianos y catalanes.

martes, diciembre 19, 2006

Portabilidad!!!

Mi teléfono móvil es un travieso. Me lo regaló mi hermano hace unos meses y me puse muy contento, ya que se trata del uno de los últimos modelos de Nokia; bluetooth, 3G, Gps para el coche y todas esas cosas que nunca he usado pero que están ahí y seguro que un día de estos me serán de gran utilidad. Sin embargo, desde hace unos meses, mi teléfono envía por su cuenta mensajes multimedia a otros teléfonos. No se de donde salen ni hacia que terminales van y lo peor de todo desconocía si me los estaban cobrando.
Bueno, llamaré al teléfono de atención al cliente de Movistar y allí alguien amable y comprensivo me informará de la situación de mi factura", pobre iluso... Resulta que cuando marcas el 609, número de información, lo primero que oyes es una cacofónica promoción navideña que deja paso a un contestador que te pregunta cuál es el motivo de la llamada:
- Pues mire, problemas con mi teléfono. Digo yo.
- "No le entiendo, repita con voz clara el motivo de su llamada", dice el aparato. Y yo voy haciendo la pregunta más escueta y clara.
- Problemas teléfono.
-"No le entiendo, repita con voz clara el motivo de su llamada". Y yo viendo que el contestador no es capaz de comprender frases complizadas le simplifico aún más.
-!Vete a la mierda!, le digo. Se obra el milagro el aparato se ofende.
- "Si no tiene ninguna pregunta sobre su servicio Movistar la llamada concluye aquí."
Visto el desplante y con mi teléfono enfermo, decido volver a intentarlo y marco de nuevo el 609. Me empapo de la promoción....y oigo de nuevo a mi amigo el contestador ofendido que me pregunta de nuevo cuál es el motivo de mi llamada.
Pienso que será mejor ser directo, no andarme con rodeos e ir a la cuestión que más valoran las telefónicas. Le digo al contestador automático la palabra mágica para lograr que personas hablen con personas. Doce letras que hace que se enciendan todas las alertas del contestador y rápidamente alguien se lance a atender a los que pagamos.
-!PORTABILIDAD!
De inmediato contesta un amable señor con acento argentino que me informa de que esos mensajes no están registrados en mi factura y que para cualquier otra consulta le tengo a su entera disposición como humano y trabajador que es, siempre al servicio del cliente.
Ya sabéis, PORTABILIDAD, BAJA, LIQUIDACIÓN, si queréis que alguien os atienda en el servicio de atención al cliente de Movistar.

domingo, diciembre 17, 2006

Las niñas de siete años

Recuerdo muchas cosas de cuando era una pequeña querubín de siete años. Las callejas del pueblo, los pedregales, la escuela y el profesor Franchesco, pero sobre todo recuerdo al Abuelo. No era un abuelo cualquiera él era el abuelo de todos, con su barba roja y su viejo sombrero gris. Era el mayor del pueblo.
Por las tardes, casi al, y cuando no había escuela, yo solía correr a la casa del Abuelo para ayudarle a bajar hasta la playa, donde a su alrededor nos sentábamos Lucio y yo, y esperábamos a que hablara. Para mí él era nuestro Mesías de los sueños. Nos contaba historias de elfos, de duendes y de sirenas. Algunos días cazábamos gamusinos por la playa. El abuelo nos decía: "el que sea capaz de ver un gamusino tendrá suerte durante muchos años, y si lo caza, tendría la sabiduría de un Dios y la fuerza de siete hombres". Al parecer muy poca gente había cazado gamusinos. Siempre escapaban entre la arena o por el agua, los gamusinos no tenían frío.
En la escuela el profesor Franchesco me dijo una vez que no debía creer demasiado esas historias porque eran inventadas como las de cuando leíamos, y que, cuando me trasladara a la ciudad, se reirían de mí si contaba esas cosas. La ciudad no nos gustaba, Don Franchesco vivía allí y un día nos llevó de excursión. No había muchos árboles. El ruido de la muchedumbre y los gruñidos de los coches no dejaban en paz a los pájaros. Allí todo era muy grande y tupido. Los edificios no dejaban llegar la luz al suelo y, aunque no hubiera nubes, el cielo parecía turbio y gris. Ni siquiera en el mercado que venía todos los meses al pueblo se reunía tanta gente.
El mar de la ciudad era negro y duro, y sus barcos echaban mucho humo, allí no podrían vivir sirenas, ni mucho menos gamusinos que eran muy asustadizos.
Por la noche, tras la excursión escolar Lope y yo fuimos a casa del Abuelo para contarle que habíamos estado en la ciudad. Entramos en su casa, y allí estaba él, sentado y pensativo. Nos sentamos en su jergón junto a la mecedora, él nos observaba en silencio, su roja barba y su cara estriada, con sus labios entreabiertos y sus penetrantes ojos mirándonos, le daban al Abuelo un aspecto omnisciente.
Recuerdo que ese día no bajamos a la playa, el abuelo parecía enfermo y el frío empezaba a hacerse notar.
En el pueblo mucha gente vivía de la pesca, Lucio era medio pescador y tenía una media barcaza atada en la playa, junto a los peñascos.
Esa noche yo estaba triste, Lucio y má habían discutido. Siempre que había luna llena discutían, má no le dejaba ir a pescar.
Pregunté al Abuelo por qué má no dejaba pescar a Lucio en los días de luna llena, y él me contó que las sirenas venían cerca de la costa cuando se escondía la luna, pero que cuando había luna llena se marchaban a alta mar, donde se pesca, y contaban que una vez un pescador en una noche de luna, y tras ver una sirena, tal vez enloquecido por la belleza de esta, o por pensarla una mujer en apuros se lanzó al agua, en donde las sirenas le tomaron como esclavo para que pagara así su deuda con el mar. -“Por eso entonces má no deja salir a mi hermano Lucio los días de luna llena”.
Tras su explicación me levanté, y con cuidado de no perturbar la paz en la que el Abuelo quedaba siempre después de sus historias, cerré la puerta y me fui a casa.
Días después el Abuelo empeoró, y Don Franchesco nos avisó que faltaría a clase unos días para llevarle a la ciudad.
Una turbia congoja hizo mella en mi estomago, y sentí que los ojos se me llenaban de lagrimas. Algo se desgarraba en mi interior. -“Al mundanal ruido, donde el mar es negro y no existen los elfos, ni las sirenas ni los gamusinos, donde el sol no calienta y los pájaros no hablan”-.
“Tranquila Celia, las niñas de siete años no lloran”- dijo Don Franchesco.
Supe entonces que jamas volvería a ver al Abuelo.
Hoy aún creo en el reino de Olar, y en los viajes de Julio Verne, y claro está que hubo una vez un hombre llamado Don Camilo que sí que debió cazar gamusinos.